La mirada que le dedicó Enzo a su madre, la hizo tragarse sus siguientes palabras, las cuales, sin lugar a dudas, serían peores que las ya pronunciadas.
Una empleada se acercó ansiosamente, como si presintiera lo que estaba a punto de suceder.
—Prepara una habitación grande y llévalas. Ocúpate de que coman algo —ordenó a la mujer, luego girándose les dijo a sus hijas—: Subiré con ustedes en un momento.
Las trillizas siguieron a la empleada un poco recelosas, mientras tanto, Enzo esperó a que desaparecieran completamente para mirar con dureza a la mujer que le dio la vida.
—¿Cómo se te ocurre decirles eso? —Su tono era bajo, pero no por eso menos amenazante.
—¿Decirles qué? —se hizo la desentendida—. Sabes bien que esas niñas no pueden estar aquí. Estás a punto de casarte con Eloísa y la presencia de esas niñas solamente será un escándalo más para la familia. Tu reputación de por sí es mala, Enzo. No empeores las cosas y llévalas con su madre.
—¡No! —se negó, harto de que quisieran