—Enzo, no puedes hacer esto… —Lo miró con gesto suplicante. Su voz era apenas un murmullo en ese lugar tan avivado.
—Ya estuvieron contigo muchos años. Es justo que estén conmigo ahora —respondió sin emoción.
—Por favor… no lo hagas —pidió de nuevo. Se sentía patética, pero no tenía otra opción.
—¿Qué estás dispuesta a darme a cambio? ¿Qué eres capaz de hacer para convencerme? —tanteó.
Ella lo miró fijamente a los ojos y entonces supo en qué estaba pensando. Se sintió triste y desolada, pero asintió.
—Lo que quieras.
Él se acercó hasta inclinarse en su oído.
—¿Lo que quiera? —repitió en un tono bajo y seductor—. ¿Sabes qué quiero? ¿Tienes siquiera una idea?
Ella no sabía que era exactamente lo que quería, pero se imaginó que tenía que ver con sexo. Así que asintió de nuevo.
—Tentador —se burló—. Pero no.
Su burla resonó en lo más profundo de su corazón, y como si no fuera suficiente, agregó:
—Despídete de ellas.
Valeria lo vio alejarse y supo que no había marcha atrás. Por un