—¡¿Dónde están mis hijas?! ¡¿Dónde están?! —exigió saber, desesperada.
—El padre de las niñas. Él…
La maestra guardó silencio, sintiéndose abatida. Sabía que no podía entregar a las niñas a un extraño; sin embargo, no había tenido otra opción.
Ese hombre no había llegado solo. Tenía una orden redactada por un juez de custodia. Incluso, amenazó con demandar a la escuela si impedían que se las llevara.
—¿El padre de las niñas?
Valeria se limpió las lágrimas, comprendiendo entonces de qué iba todo esto.
“¿Quieres que las cosas sean así, Valeria? ¿Quieres que de verdad sea el malo?”, sus palabras resonaron de nuevo.
—Eso fue lo que dijo. Tenía incluso la orden de un juez, parecía todo muy legal —explicó la mujer con rapidez. Se notaba que tenía un enorme cargo de consciencia—. Lo lamento mucho, señora Valeria. Sé que usted ha cuidado muy bien de ellas. Pero en este tipo de situaciones, la escuela no puede hacer otra cosa que apegarse a las leyes.
Valeria asintió con un gesto lento, m