Enzo no había perdido el tiempo, apenas había tomado unos minutos para darse una ducha antes de salir con dirección al departamento de Valeria. Había faltado el día anterior, pero pensaba recompensarles por el incidente.
Sin embargo, al llegar a la morada de Valeria y las niñas, se encontró con una desagradable sorpresa.
La puerta se abrió justo cuando su mano se alzaba para tocar.
Un hombre salió del interior en compañía de Valeria; los dos parecían bastante cercanos.
El horror en la expresión de su esposa no se hizo esperar. Era evidente que no esperaba verlo y, de la misma forma, él no esperaba ver a un hombre salir de su departamento.
Su pie se movió por voluntad propia, dando un paso al frente y cuando pensaba tomar al sujeto por el cuello, Valeria se atravesó.
—¡Estas no son horas de visita! —soltó ella con los brazos en jarra, revelando toda su insatisfacción.
—¿Quién es? —preguntó refiriéndose al imbécil que protegía. Le importaba un rábano lo que acababa de decir.
—Lo mejo