Tan impecable y fría como siempre, Olivia se paró frente a ella. Había optado por usar un vestido negro, como si estuviera asistiendo a un funeral, en lugar de conocer a sus nietas.
—Lo has hecho bien —la felicitó de forma irónica, despertando inmediatamente toda su molestia. Su sola voz era lo suficientemente desagradable como para sacar a relucir su mal humor.
—Dejémonos de sarcasmo y dígame, ¿qué quiere? —le preguntó con impasibilidad tratando de mantener la compostura.
—Halagarte. Has atrapado a mi hijo con tres niñas... Vaya ironía —murmuró con una sonrisa torcida. A pesar de estar conservada, la malicia la hacía ver mayor—. El gran Enzo, mujeriego y temido, castigado por la vida con tres hijas.
—¡Mis hijas no son ningún castigo!
—Para Enzo sí. Para esta familia sí.
—¡Váyase de mi casa! —exigió perdiendo la paciencia.
—¡¿Tu casa?! —bufó, señalando a su alrededor con burla—. Esta casa no es más que un gesto de caridad de parte de Enzo. No quiere, ya sabes, dejarte sin nada cuando