Un mes fue el tiempo que Ernesto le pidió para organizarlo todo.
Valeria, quien sabía que no tenía una mejor opción que esta, accedió, mostrándose paciente. Estaba desesperada por escapar, sí, pero no era tonta. Sabía que no podía irse a vivir debajo de un puente con sus hijas. Y además, mantenerlas ocultas de Enzo sería de una tarea de por sí bastante difícil.
En ese mes, se dedicó a evitar a Enzo, colocando siempre excusas ante los momentos en que quedaban solos.
Enzo, cansado de la distancia y considerando que ya había pasado un tiempo prudente, se acercó y la abrazó por la espalda en un gesto demasiado cariñoso para ser un hombre que la odiaba.
—Debo ir a ver a las niñas —se excusó tratando de desplazarse a su refugio seguro. El lugar donde ahora solía dormir.
—Están durmiendo. Acabo de ir a verlas. Además —señaló a un pequeño dispositivo en la mesa de noche—, el monitor de sonido nos avisará si se despiertan.
—De todas formas, me gustaría comprobarlo por mí misma —trató d