Tres días habían bastado para recibir la invitación oficial de la inauguración del restaurante de su madre.
El pecho de Valeria estaba a punto de explotar de tanta alegría. Sabía que este había sido un sueño silencioso de su progenitora durante mucho tiempo. Así que se moría de ganas de verla y presenciar su reacción cuando finalmente se volviera realidad. Después de todo, aquello era lo mínimo que podía hacer ahora, que tenía un poco de poder y dinero.
El precio de todo esto no dejaba de rondar su cabeza.
Enzo había sido muy claro con lo que quería y eso era su cuerpo.
La mujer tragó saliva y decidió serenarse. Aquello no importaba ahora. Había intimado con Enzo demasiadas veces, como para preocuparse.
Tomó el vestido que había comprado hacía un par de días con la tarjeta de Enzo y se deslizó en él. Era largo y caía hasta sus pies, decorado con motivos azules y blancos que le recordaban mucho a la antigua porcelana china.
La tela fluía sin esfuerzo sobre su vientre, haciéndolo r