Capítulo 007

Luego de una noche de llorar sin parar, el sol finalmente salió y con él llegó una caja sencilla que contenía su vestido de boda. Bueno, si es que podía llamarlo de esa forma, ya que la pieza era tan decepcionante como su situación actual.

El vestido era de un tono azul claro, ni siquiera era blanco, y tenía un diseño sencillo y elegante, pero no lo acordé para una novia.

Era un vestido sin mangas con un escote en V. A la altura de la cintura, tenía un cinturón fino y brillante que parecía estar adornado con pequeñas cuencas o pedrería. La tela del vestido era ligera y la longitud del vestido era corta, llegando por encima de la rodilla.

Muy bonito, sí.

Muy bonito, pero como para alguien que era invitado a una boda, no como para alguien que se suponía que era la novia.

Valeria reparó en la etiqueta con el precio que tenía aún colgada. 20 $, marcaba. Y lo peor era que decía que estaba en descuento.

«¿Esto era lo mejor que había podido ofrecerle Enzo?», se preguntó, dándose cuenta de que se estaba tomando muy en serio su deseo de castigarla.

Valeria suspiró, mientras se miraba en el enorme espejo y masajeaba su vientre de embarazo.

Sus bebés estaban revoltosas, moviéndose, como si en el fondo supieran que su madre no la estaba pasando del todo bien.

El desayuno llegó a los pocos minutos y comió allí, encerrada en la habitación. Ahora viviría en la mansión Dubois y lo último que quería hacer era salir y toparse con Olivia o con el mismísimo Enzo.

Pero las responsabilidades llamaban, así que entró una empleada a avisarle que debía de estar lista dentro de una hora, ya que el juez estaba pautado para venir a la casa a las once.

Al parecer, la boda sería allí mismo, en la mansión, quizás en el jardín, fue lo que pensó.

Valeria se acercó a la ventana que daba al jardín, esperando ver empleados preparando todo, pero no, no había ni un alma en dicho lugar. Aun así, esto no la desanimó y se dirigió al baño para darse una ducha.

Tenía el tiempo en contra, así que debía de moverse rápido para estar lista.

Se vistió y se arregló, haciendo uso de los artículos de maquillaje que le habían dejado. No era experta en hacerse peinados, pero lo intentó, improvisando un moño alto y despeinado con un toque trenzado. Algunos mechones caían sueltos alrededor de sus sienes y nuca.

De repente, tocaron a la puerta y Valeria se tensó, pero al escuchar la voz de la empleada, quien le preguntaba si estaba lista, se relajó. Aunque esto fue algo meramente temporal, ya que inmediatamente unos pasos irrumpieron en la habitación. Era Olivia.

La mujer la reparó de arriba abajo y dibujó una mueca de desagrado en su arrugada boca.

—Tantos arreglos para nada porque sigues viéndote igual de corriente —soltó con sorna—. Apresúrate que el juez no va a esperar por ti todo el día. Y mucho menos lo haremos nosotros, que tenemos mejores cosas en las que ocuparnos.

Valeria asintió y salió de la habitación siguiendo a la mujer, quien la guio a un despacho cercano.

La decepción la embargó de inmediato al ver que ni siquiera habían podido ocupar el jardín para la unión, sino que, por el contrario, habían elegido el sitio más oscuro y solitario, como si lo que estuviera a punto de suceder no mereciera ser presenciado por nadie.

—Firme aquí —indicó un hombre que, por lo que intuyo, era el abogado de Enzo.

—¿Firmar qué? —preguntó, ya que no tenía ni la menor idea de qué se trataba aquel papel.

—Un acuerdo prenupcial, obviamente —soltó con burla—. No esperará que el señor Enzo se case con usted sin establecer límites antes, ¿o sí?

Valeria se tragó el insulto que quería dirigirle al hombre y tomó el bolígrafo estampando su firma en el papel, pero no sin antes leerlo por encima. Y las pautas eran bastante claras: podría gozar de la fortuna Dubois, siempre y cuando estuviera activo el matrimonio. Una vez divorciada, debía renunciar a todos sus privilegios y no recibiría ni siquiera una mísera parte de la fortuna de su esposo.

—¿Leíste también las letras pequeñas? —sonrió el abogado.

Fue entonces cuando Valeria se percató de que había una cláusula, una cláusula maliciosa, la cual indicaba que dado el divorcio cedería la custodia absoluta de las niñas a Enzo.

—¡No! —gritó al darse cuenta de su error—. ¡Esto no…!

—Ya es tarde —le dijo el hombre de traje, acomodándose la corbata en un gesto triunfante—. Y además, ¿de qué le serviría tener la custodia si usted no tiene nada para ofrecerle a esas niñas?

—Soy su madre —se defendió renuente a renunciar a sus derechos.

—Una madre pobre —contestó—. Concéntrese en cumplir con su papel y le aseguro que no habrá divorcio. Eso es lo único que se le pide.

Valeria sabía en qué consistía dicho papel: debía de soportarlo todo, sin dejar en ridículo a Enzo en ningún momento, sin libertad y sin vida. Viviendo a sus sombras. Todo por el bien de sus hijas y la posibilidad de brindarles un futuro mejor. ¿Pero realmente lo valía? ¿Serían felices las niñas con eso?

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