Capítulo 102

Cuando Rodrigo abrió la puerta de su departamento, lo primero que le sorprendió fue el olor. Un aroma a… comida. Frunció el ceño sin entender. Cerró la puerta, dejó el portafolios en el mismo lugar de siempre, y caminó hacia el comedor para encontrarse con Verónica.

La imagen que recibió fue extraña. Inesperada para un hombre que está acostumbrado a vivir solo.

De espaldas, la mujer se encontraba moviendo con cuidado una olla sobre la estufa. Tenía el cabello recogido en un moño, y la blusa se le pegaba a la espalda por el calor.

—Siéntate —dijo sin girarse, como si llevara años viviendo allí, como si fuera normal todo aquello—. Ya voy a servir la mesa.

Sus palabras lo dejaron estático unos segundos.

—No hacía falta —respondió, con su habitual tono. Se acercó al comedor y tomó asiento. Verónica ya había colocado dos platos, cubiertos y hasta un mantel individual.

—No me gusta estar de brazos cruzados. Te debo mucho —respondió mientras servía la comida.

—No me debes nada —dijo él.

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