Julieta
Leticia preparaba el descenso a los túneles, la ciudad era un revoltijo de gente corriendo, de guerreros en guardia. Los gritos sobrepasaban los temblores y la destrucción que poco a poco iba pasando factura a Ciudad Ónix: en algunas paredes, en los techos que se caían, en los postes de luz que echaban chispas. Iba a seguir en pie, pero teníamos que apurarnos.
—Llegó mi hora, Luna. Debo intentar ayudar al alfa. Corran, no se detengan, apliquen las runas tal como dice el libro. Mi poder está ahí condensado, estamos en la hora crucial— decía Agata. La noticia me cayó como un balde de agua fría. Queria que ella ayudara a mi mate, por supuesto, pero me sentí pequeña, con una tarea demasiado grande.
—Pero yo no soy hechicera —la detuve, tomando su brazo.
Ágata era una mujer en una misión. Cada quien tenía la suya, y la de ella era de vida o muerte.
—Todas las Lunas tienen su poder, ya lo debes saber. Luna protectora… no es casualidad. Repite las runas tres veces. Pon toda tu inte