Julieta
—¿A qué te refieres, papá? —pregunté de nuevo.
Me había llevado a la oficina de Damián, así que supe que lo que me iban a contar era delicado. Ágata estaba asomada a la ventana; tarde o temprano iba a actuar, pero seguía siendo peligroso. La vez anterior habían dicho que no había podido con Petra, que era una hechicera formidable. El Duque nos miraba apoyado en el escritorio. Allí había besado y tocado a mi mate, y ahora ni siquiera sabía qué había sucedido con mi vida.
—¿Recuerdas la historia de cómo tu madre y yo nos conocimos?
—Por supuesto, ella era loba y se encontraron en el bosque. Ella supo inmediatamente que tú eras su mate y vivieron un tiempo en Molino Blanco, mi pueblo. Después pidieron entrar en Sombras de la Noche porque ella quería ser guerrera —expliqué. Era la historia de amor que más me gustaba: mi madre era loba, no le importó que él fuera humano y él la aceptó tal cual era. ¿Acaso eso no es el verdadero amor?
—Así fue, pero eso no fue todo —dijo mi padre, a