Damián
Uno por uno, emergieron criaturas que no pertenecían al mundo natural. Sus cuerpos eran enormes; doce, tal vez catorce, cada uno recubierto por una capa de piedra que se espesaba y oscurecía. Tenían brazos como troncos arrancados de un bosque primitivo, manos enormes, capaces de pulverizar una casa entera, y piernas gruesas y pesadas que hundían el suelo con cada paso. Lo más inquietante eran sus cabezas: pequeñas, desproporcionadas, como si la criatura existiera para aplastar, no para pensar, porque solo seguían órdenes. En sus brazos, en sus grietas, crecían enredaderas oscuras saturadas de wolfsbane.
—Una mezcla letal —murmuró Nora. Frente a ellos, al otro lado de la hondonada, Petra levantó los brazos como si estuviera presentando una obra maestra.
—¿Les gustan mis nuevas creaciones? A diferencia de las hechiceras que ustedes conocen, yo he tenido años perfeccionando mi habilidad. Y este es el resultado. Vamos a ver cómo acaban con ellos.
Los monstruos dieron su primer paso