Eva
—El papá del beta —musité, y el hombre sonrió. No tenía el encanto de Cachorrito, y, sin embargo, algo me decía que alguna vez lo tuvo. Había un aroma en el que quedaba, como si algo hubiera estado ahí y ahora solo quedara el rastro. La maldición ya no estaba en él, pero definitivamente había estado. El hombre se acercó y me extendió la mano.
—Severino Malaver, mi señora. Guerrero de Ciudad Ónix —se presentó, y le di mi mano. Él la tomó con delicadeza.
—¿Así que se vino a la ciudad con su hijo?
—Así es. Como ya debes saber, cargamos una maldición y fuimos rechazados por todas las manadas, y aquí en esta ciudad… —dijo mirando por las ventanas. La noche ya llegaba y aún había fuegos artificiales, alegría, fiesta—... que nos dio la bienvenida. Aquí crié a Octavio y conoció a Damián, lo que finalmente sería una bendición. Ningún Malaver había sido beta antes.
—Su hijo es fuerte, estoy segura de que usted también. Definitivamente no han sido aprovechados —dije soltando su cálida mano.