Damián
—¡Alfa! ¡Nuestro alfa! —celebraba Octavio, encantado, casi cargándome cuando salí victorioso de esa carpa. Él estaba contento; yo, en éxtasis. No es que no tuviera fe en mis habilidades, en mis fortalezas, en mi lobo y en mi deseo de ganar, pero sabía que todo estaba en mi contra. Y es difícil nadar contra la corriente, contra el odio, contra la gente que piensa que eres menos, que no eres digno.
Pero no es imposible.
—Felicidades, alfa Damián. No sé por qué habrá pasado, pero debió ser difícil —apareció el Duque en el camino, sin duda todos estaban desesperados por noticias. Todos estaban preocupados, y por momentos recibí tantos mensajes que apenas podía atender. Dejé ese lugar, en medio de la nada, hecho un caos. Ricardo aún no despertaba y los del consejo gritaban y pedían ayuda. No me querían allí, y no había nada que pudiera hacer. En cambio, había un lugar donde sí debía estar.
—Hay Herejes en el lado sur, yo me encargo, alfa —indicó el Duque, y se marchó. Envié más gue