— Bueno, es que, vine aquí después del museo, pero me he quedado dormida en una de las bancas, ahora mismo es que regreso a casa — respondió Juliette con timidez.
En un impulso, Edmond tomo a aquella hermosa mujer y beso sus labios con pasión, con desespero, tomándola entre sus brazos, la arrastro hasta aquella misma solitaria banca donde la joven había estado durmiendo, no había una sola alma en el lugar, no había nadie que mirase, aquella falta que ella estaba usando, facilitaría las cosas, no había podido visitarla en sus sueños, y al mirar su muñeca pudo entender el porqué, una protección de cierto afamado alquimista sobrenatural, pero, por ese momento, no pensaría en ello, besándola como un demente, desesperado por probar su sabor, bajo su mano hasta la dulce y prohibida intimidad de la mujer de cabellos rubios, comenzando a toquetear aquel botón de rosa que se ocultaba como un tesoro entre sus piernas, Juliette, sintió tocar el cielo ante aquello, quería quitarlo, pero no podía,