Al salir de la oficina, la noche se sintió más pesada de lo habitual. No quería regresar sola a casa. El departamento me parecía demasiado silencioso, demasiado amplio, como si los ecos de mi incertidumbre fueran a perseguirme por cada rincón. Xander caminaba a mi lado, sin decir nada, con las manos en los bolsillos y la mirada al frente.
—¿Te llevo a tu casa? —preguntó en voz baja, sin mirarme.
Dudé. Por un segundo asentí con la cabeza, más por reflejo que por convicción.
—Sí... mejor llévame a mi apartamento —respondí, aunque ni siquiera yo me creía esas palabras.
Él no dijo nada. Caminamos unos metros más hacia el estacionamiento, y al abrir la puerta del coche, se detuvo frente a mí.
—¿Estás segura?
Asentí en silencio. Me hizo una señal para que me sentara de copiloto, me ajustó él mismo el cinturón de seguridad y cerró la puerta. Me sentí extraña al dejarle hacer todo eso por mí, pero la verdad es que estaba tan agotada que hasta las pequeñas cosas me resultaban agobiantes. Toda