El día anterior - al salir de la oficina.
Las sombras del anochecer comenzaban a colarse por los ventanales de mi oficina cuando decidí marcar su número. Llevaba horas dándole vueltas a la idea. A cada intento de enfocarme en los contratos, en las proyecciones, en cualquier cosa que no fuera Ivy, le seguía el mismo resultado: mi mente regresaba a ella. Su rostro pálido, el modo en que sus ojos se apagaban a ratos, los silencios que no eran propios de ella. Todo eso se había convertido en un peso que no podía ignorar más.
Me quedé de pie junto a la ventana, con el teléfono en la mano, viendo las luces de la ciudad encenderse una a una, como si cada una marcara un minuto de espera, de tensión. Entonces marqué.
—¿Señor Blackwood? —contestó la voz habitual, precisa, de mi asistente, al segundo timbre.
—Necesito que hagas algo por mí —le dije, sin rodeos.
Hubo un leve silencio al otro lado. Uno cargado de comprensión implícita.
—Dígame.
Me giré, dándole la espalda al ventanal, y caminé hac