Mis hermanastros se veían tan tristes, tan carentes de luz en sus rostros. Aquella chispa que había comenzado a crecer entre nosotros, esa tibieza que apenas nos atrevimos a compartir, se apagó de nuevo con la misma facilidad con la que una brisa extingue una vela. Sus miradas estaban perdidas, sus voces apagadas, y el silencio entre nosotros se hacía más pesado con cada hora.
El día pasó lento, denso, como si el tiempo mismo se rehusara a avanzar. Nadie fue a la academia. Aunque nuestros padres minimizaron lo sucedido, pretendiendo que no era más que una reacción emocional exagerada por parte de todos, ninguno de nosotros tenía la energía o el ánimo para continuar con la rutina como si nada. ¿Cómo podíamos hacerlo, después de presenciar algo tan violento, tan devastador?Al oscurecer, decidí dar un paseo nocturno, los vi reunidos en una de las salas de estar, sentados en silencio como estatuas de mármol bajo la luz tenue de los candelabros. Me detuve en seco al ve