El aire del lugar tenía un aroma dulce, entre pan recién hecho y flores húmedas. Las luces doradas colgaban entre los balcones, y la gente pasaba con calma, sonriendo, hablando bajo.
Aun así, yo no podía dejar de sentir el peso de la mirada de Theron a mi lado. Caminábamos tan cerca que mis dedos rozaban los suyos a cada paso.
No sé quién de los dos cedió primero, pero nuestras manos se entrelazaron. Fue un gesto tan natural que me estremecí.
“¿Estás temblando?” preguntó con voz suave.
“Hace frío,” mentí.
Nyx rió dentro de mí, baja.
“No es el frío, mentirosa.”
Theron me miró de reojo, y el brillo de sus ojos hizo que el corazón me latiera más rápido.
Seguimos caminando, sin rumbo fijo, hasta que entramos a una calle empedrada con faroles viejos y tiendas que parecían de otro siglo. En una de ellas, una librería pequeña con el letrero descolorido, una vitrina mostraba pilas de libros usados.
Me detuve.
Había un ejemplar entre todos, cubierto de polvo, con una portada azul gastada y let