EMILIA
No sabía si era el instinto o el presentimiento, pero algo me decía que esa tarde no iba a ser como las demás. El aire en los pasillos del edificio ejecutivo tenía esa tensión que solo se percibe cuando algo está por romperse. Como el silencio antes de la tormenta. Como el aroma de una desgracia en el aire, antes de la traición.
Fue como si una punzada invisible me jalara hacia la puerta cerrada de la oficina de Adam. Al principio estaba en silencio, luego hubo un ruido algo leve. Era como un golpe seco. Tal vez una silla, o un cuerpo.
Me acerqué un poco más, con el corazón palpitando en la garganta. Pensé en seguir de largo. No quería meterme en nada. No era el momento. Pero entonces lo escuché.
— Oh, sí. . . Así. . . Justo ahí. . . —La voz de Renata flotaba en el aire como un veneno envuelto en miel.
Me detuve y tragué saliva. El impulso fue alejarme, pero fue una voz más grave, más áspera, que se coló detrás, lo que me detuvo.
— No sabes cuánto he esperado este momento, Re