EMILIA
La oficina de Brandon olía a café tibio y mezclado con su perfume amaderado que me volvía loca, como si los secretos se escondieran entre los susurros de las paredes. Estaba sentada frente a un puñado de hojas blancas que había tomado del escritorio de mi marido, donde trabajaba con ideas para una nueva historia de Bishop Moon abierto.
Apoyé los codos sobre la mesa y froté mis sienes. Había tratado de escribir algo, aunque fuera una escena corta, un párrafo o una línea. Pero no podía concentrarme. Mi mente volvía una y otra vez a esa escena en el restaurante, a la manera en la que mi mamá palideció cuando le pregunté por Brandon. A la mirada que me lanzó mientras hablaba.
— Huye mientras puedas —. Susurré para mí las palabras que había dicho.
¿Qué se suponía que significaba eso? ¿A qué debía temer? ¿A Brandon? ¿A su familia? ¿O a lo que aún no sabía de mi propia madre?
Tragué saliva. Me sentía como si una telaraña invisible me estuviera envolviendo lentamente. Una que no sabía