BRANDON
No podía dejarla ir.
No después de leer ese maldito mensaje. No después de verla ahí, en mi casa, con su cabello enredado por el viento y los ojos cargados de todo lo que habíamos callado.
Guardé el teléfono en el bolsillo, forzando una sonrisa que sabía que no engañaría a nadie.
— ¿Todo bien? —preguntó Emilia, frunciendo el ceño.
Mentirle era lo último que quería hacer, pero decirle la verdad podría ponerla aún más en peligro. Pero es que ni siquiera yo tenía idea de qué era lo que estaba pasando.
Alguien no nos quería juntos. Me estaba comenzando a replantear todo lo que sabía. Por el momento no tenía sospecha de nadie.
— Todo bien —. Mentí, acercándome a ella. Tenía que averiguar primero qué mier**da estaba pasando, antes de siquiera asustarla.
La estudié. Esa mujer era una bomba de relojería y ni siquiera lo sabía. Si alguien se atrevía a tocarle un solo cabello, iba a descubrir lo que era desatar el verdadero infierno.
— ¿Quieres algo de beber? —Pregunté, intentando sona