Al regresar a la ciudad, la paz que habían disfrutado en la casa de campo parecía desvanecerse poco a poco. La rutina y las obligaciones de la vida cotidiana se imponían nuevamente, y con ellas, las presiones y los desafíos de su relación en un entorno lleno de expectativas y miradas ajenas.
La primera prueba llegó tan pronto como Samer y Agatha regresaron al trabajo. Él fue convocado a una serie de reuniones urgentes que parecían interminables. En cada reunión, surgían problemas y temas delicados que requerían su atención inmediata, obligándolo a pasar largas horas en la oficina. Agatha, por su parte, trataba de mantenerse concentrada en sus proyectos, aunque la creciente distancia que el trabajo imponía entre ellos comenzaba a inquietarla.
Una tarde, mientras revisaba algunos informes en su escritorio, Layla se acercó a ella con una sonrisa despreocupada.
—Agatha, ¿te importa si charlamos un momento? —preguntó, aunque su tono despreocupado no ocultaba del todo la seriedad en su mira