ALEENA
Después de dos semanas, uno pensaría que podría olvidar esa noche.
O al menos guardarla en un estante, como un recuerdo.
Un recuerdo ardiente, sexy, tórrido, de esos que no deberían haber pasado. Suspiré. Pero había pasado, así que necesitaba lidiar con ello.
Sin embargo, no funcionó.
Lo único que me impedía revivirlo una y otra vez era el trabajo, trabajar sin parar.
Por suerte, tenía mucho que hacer.
Dominic me asignaba constantemente más trabajo: limpiar la oficina del ático, luego la de la casa principal, y cuando terminé, me puso a investigar un negocio en Filadelfia.
Pero por más ocupada que estuviera, incluso cuando caía rendida, no podía evitar soñar.
Más de una vez, me desperté respirando con dificultad, con el corazón acelerado. A veces, me despertaba con la mano dentro de las bragas y me daba la vuelta, ahogando mis gemidos en la almohada.
Era mi jefe. Vivía con él. Lo que había pasado era cosa del pasado y había sido un error. Un momento de debilidad, fruto de la co