Sus dientes rozaron mi clítoris y grité de un placer sobresaltado y delirante.
Tiré de él y me di cuenta, con retraso, de que había enredado mis manos en su cabello.
Intenté retirarlas, pero él sujetó una, guiándola de vuelta a su cuero cabelludo. «No pares», murmuró contra mí. «Demuéstrame que lo deseas».
¿Desearlo? Intentaba comprender cómo había podido existir sin esto.
Endureció la lengua y volvió a penetrarme, comenzando a embestirme con movimientos rítmicos. Flexioné las caderas, empujándome contra su boca, buscando a ciegas el orgasmo que ya sentía crecer dentro de mí.
Me corrí con fuerza y rapidez, y olvidé su orden. Grité su nombre y le habría suplicado que no parara, si hubiera tenido la capacidad de pensar. Pero hacía tiempo que la había perdido. Seguía estremeciéndome, con una oleada de sensaciones y deseo recorriendo mi cuerpo, cuando se apartó. Intenté alcanzarlo, pero me sujetó las manos. «Quédate quieta», dijo. Su voz era tierna, casi dulce.
Mis manos cayeron a mis c