En el corazón del Centro Cardiológico Morales, la joya de Luis en Coral Gables, los ventanales relucían como espejos bajo el sol ardiente de Miami, proyectando destellos que danzaban sobre el mármol blanco del vestíbulo. El aire, impregnado de un delicado perfume a jazmín, envolvía las esculturas de vidrio suspendidas, que flotaban como sueños frágiles. Pero en la oficina de Valeria Cruz, un refugio de paredes inmaculadas y estanterías cargadas de saber, el mundo se reducía al calor de dos almas entrelazadas.
Valeria se fundía en los brazos de Diego, sus dedos aferrados a la tela de su camisa, como si pudiera anclarse a él frente al abismo que los acechaba. El pecho de Diego, firme bajo su tacto, subía y bajaba con una respiración que resonaba en sincronía con la suya. Su aroma a sándalo, cálido y terroso, la envolvía, despertando un anhelo que palpitaba como un latido en su piel. Sus labios, aún húmedos por un susurro compartido, temblaban con la promesa de un futuro robado.
Un estru