El vestíbulo del hotel en Miami resplandecía bajo la luz de arañas de cristal, el murmullo de las conversaciones mezclado con el tintineo de copas y el aroma a jazmín que flotaba desde los jardines cercanos. Diego estaba sentado en un rincón del bar, su mirada perdida en el vaso de bourbon que sostenía, el líquido ámbar reflejando la tormenta que rugía en su interior. La imagen de Valeria, su voz quebrada en el bar de La Brisa, aún quemaba en su mente, un deseo que lo consumía como brasas bajo la ceniza. No esperaba que la noche trajera más sorpresas, pero el destino tenía otros planes.
Un torbellino de voces irrumpió en el vestíbulo, rompiendo su soledad. Diego alzó la vista y su corazón dio un vuelco. Carmen, su madre, avanzaba con paso firme, su cabello plateado recogido en un moño severo, sus ojos oscuros cargados de una autoridad que lo hizo enderezarse instintivamente. A su lado, Ana, con un vestido verde esmeralda que abrazaba su figura menuda, sostenía la mano de Mateo, el peq