97. LA CRUEL REALIDAD.
La noche se había convertido en un espectro frío que se adhería a Verónica. Treinta horas. Treinta horas de terror silencioso junto a su bebé, un recuerdo que la perseguiría hasta en el más breve parpadeo.
Ahora, a salvo, el shock se cristalizaba en una lucidez dolorosa. Su mente era un campo de batalla donde el trauma de las horas de cautiverio luchaba contra una revelación aún más siniestra.
«¿Cómo no lo vi?», se preguntaba una y otra vez.
Su amigo. Su confidente de un año en la luminosa Francia, en realidad, el «capo de la mafia francesa». La verdad era un puñal de hielo que le perforaba la confianza. Cada gesto amable, cada cena compartida, cada risa quedaba ahora mancillada por el miedo.
El trauma del secuestro era físico: un temblor residual en sus manos, la necesidad imperiosa de verificar que su bebé respiraba.
La fragilidad de su seguridad era su nueva y constante pesadilla.
Mientras Verónica luchaba con sus miedo en la oscuridad de la noche; Helena, Mikkel, So