Mi alfa, el chef improvisado.
En la habitación, Scarlet golpeaba la puerta con furia, como si pudiera partirla en dos, mientras gritaba con voz rasposa por el llanto:
—¡¿Qué carajos te pasa, Derek?! ¡¿Desde cuándo crees que tienes derecho a encerrarme como si fuera un maldito gato?! ¡¿Ese es el gran amor que profesas?! ¡¿Este eres tú en realidad?! ¡Controlador, imbécil, cavernícola!
Pateó la base de la puerta con un gruñido.
—¡Te juro que si no me sacas de aquí, llamo a la policía, al FBI y al escuadrón antisecuestro!
Pero, de pronto, su voz se quebró… y su cuerpo también. Se tambaleó hacia atrás, como si algo invisible la hubiera empujado.
Todo a su alrededor se volvió opaco, casi irreal, como si estuviera dormida y despierta al mismo tiempo.
En ese estado nebuloso, se vio a sí misma. Estaba llorando desconsoladamente frente a Mario, el padre de Derek. Él la observaba con una dureza tan gélida, tan despiadada, que Scarlet se sentía desmoronarse con solo sostenerle la mirada.
—S-suegro… ¿por qué me hace esto? —bal