Todos los presentes giraron hacia Scarlet, como si el tiempo se hubiera congelado en el centro del salón. Las luces, la música, las risas… todo se detuvo.
Leo se quedó helado, aún con la copa en la mano y la boca entreabierta, como si su cerebro se negara a procesar lo que acababa de ocurrir.
Scarlet no lloraba. No gritaba. Pero su cuerpo entero temblaba. Parecía sostenida por puro orgullo.
—¿Cuánto tiempo llevas mintiéndome? —preguntó, desprovista de emoción, como alguien que acababa de perderlo todo.
Su voz no parecía suya… sino la de una mujer a la que acababan de romperle el alma.
—Scarlet… —balbuceó Leo, parpadeando como si intentara despertar de una pesadilla—. ¿Cómo es que…?
Claudia dio un paso al frente, con los labios curvados en una sonrisa de victoria.
—Leo y yo tenemos cuatro años de relación —disparó, como si lanzara una daga directa al pecho de Scarlet.
Scarlet rompió a reír, amarga y desesperadamente.
—Haz silencio, Claudia —espetó Leo, nervioso, intentando recuperar el control de la situación.
—¿Silencio? ¡Por favor! —exclamó Claudia—. Ya lo sabe todo, Leo. ¡Nada puede ocultarse para siempre! Estoy harta de verla posar como la novia perfecta, la santa intocable… ¡mientras tú y yo nos quemábamos de deseo! Es tan estúpida que jamás notó las señales.
Leo, fuera de sí, le apretó con fuerza el antebrazo.
—¡Ya fue suficiente! —rugió.
Pero Claudia se zafó y levantó la voz aún más:
—¡No, Leo, no lo es! Te vas a casar con una mujer que jamás pudo complacerte. Lo dijiste tú mismo: te aburrió con su pureza. ¡Me confesaste que yo te doy lo que ella te niega! ¡Así que déjala! Hazlo ahora. Y en vez de darme ese tonto cuadro, proponme matrimonio con un anillo. ¡Soy yo la que debería estar a tu lado! ¡Yo! ¡No esta muñeca de porcelana!
Señaló a Scarlet con desprecio. Y todos contuvieron la respiración.
Scarlet reía… pero por dentro se desmoronaba. Esa risa ahogada era lo único que evitaba que gritara de dolor. ¿Para qué había guardado su virginidad? ¿Para esto? ¿Para que la trataran como una tonta? Quizás Claudia tenía razón. Quizás sí era una estúpida.
—Nuestro compromiso queda cancelado —dijo con voz más fuerte de lo imaginado—. Espero que tu amante pueda darte lo que yo no.
Y sin mirar atrás, echó a correr. Subió la vista solo lo suficiente para ver las puertas del salón, que empujó con fuerza.
Bajó los escalones de mármol como si le quemaran la piel.
Las lágrimas le nublaban los ojos, pero no se detuvo… hasta que chocó contra una espalda ancha, dura como una muralla, y el aroma de ese hombre le pareció conocido, pero de inmediato lo ignoró.
Derek, que había ido al club de eventos a cerrar un negocio, giró. Pero en cuanto la vio… todo su cuerpo se tensó.
El gruñido bajo y gutural de su lobo interior rugió en su mente.
#Ahí está… Mi compañera. Al fin la hemos encontrado, Derek#
En el interior de su mente, Derek podía ver a su propio lobo agitar la cola.
Aspiró con fuerza, y un aroma dulce, cálido, embriagador, lo invadió de golpe. Lo sintió en su paladar, en su garganta, en lo más hondo de su instinto.
—Nunca imaginé encontrarte así… —murmuró, con una media sonrisa que se desvaneció al ver sus ojos.
La pelirroja de baja estatura, con pecas hermosísimas, con la que había soñado mil veces, tenía los ojos llenos de lágrimas.
#La han lastimado. Quien se atreve a hacer llorar a la mujer de este rey#, gruñó Yeho, provocando que Derek sintiera un hincón en el pecho.
También percibió cómo algo dentro de él se rompía. Su lobo no paraba de gruñir y rugir con rabia al notar que ella olía a tristeza… a traición… a decepción pura.
—Discúlpame —susurró Scarlet, sin alzar la mirada, apartándose de su camino.
Derek apretó los puños para no abrazarla.
La deseaba cerca, quería protegerla, gritarle que no estaba sola.
«No puedo», se dijo, porque si lo hacía, la asustaría. Si le revelaba lo que era… si le decía que ella era su compañera destinada… tal vez lo rechazaría. Y él no lo soportaría.
Tenía dudas. No sabía si ella era del 80% de humanos que despreciaban a los suyos.
¿Y si lo consideraba un monstruo?
¿Lo más bajo, lo más repugnante… a pesar de ser superior en todo?
No. No podía arriesgarse. No aún.
Scarlet se volvió, con una esperanza estúpida.
«Tal vez Leo vendrá detrás de mí. Tal vez me detenga. Tal vez me pida perdón…»
Pero para su decepción, nadie venía. Y ese fue su verdadero punto de quiebre.
Con piernas temblorosas, y obligándose a no desplomarse frente a ese desconocido, se acercó tambaleante a la orilla de la acera.
Derek, sintiendo la urgente necesidad de reclamarla, de completar el vínculo, cerró los puños.
Aunque quiso extender la mano, atrapar su muñeca, detenerla, exigirle que no lo ignorara… recordar que encontrarla no era del todo su problema, sino hacerla decir que lo aceptaba como su amado y alma destinada, lo hizo vacilar.
Scarlet levantó una mano temblorosa, y el taxi se detuvo de inmediato frente a ella.
#¡Detenla, por favor, hazlo ya!# —gruñó Yeho, impaciente, desesperado—. #Es nuestra. Es nuestra luna. Ella dirá las palabras que completarán nuestro vínculo.#
#La vamos a asustar, y si nos rechaza, este vínculo a medias podría romperse#, respondió mentalmente Derek, sintiendo cómo su alma temblaba.
#Es todo o nada, Derek. El tiempo es lo que no tenemos#, insistió el lobo.
#¿Qué hago? ¿Le digo: “Eres mi luna, y yo soy el rey lobo, ese que ustedes llaman el gobernante de los hombres bestia… y para que completemos nuestro vínculo debes decir que me aceptas como tu alma gemela”? Porque en este jodido momento, todo lo que deseo es clavar mi colmillo en ti, poseerte, imprimir mi aroma en tu piel… pero si no dices las palabras que completan nuestro vínculo, solo me verás como un salvaje# —replicó Derek, sin saber cómo actuar.
#Tienes razón, compañero. No debemos asustarla#, concordó el lobo, mientras proyectaba mentalmente a Derek la imagen de sí mismo agachando el hocico en señal de arrepentimiento.
#Primero, debemos seducirla… y conquistarla hasta que nos ame#, propuso entonces Derek a su lobo.
Scarlet subió al taxi como si el instinto la guiara.
El auto arrancó, dejando a Derek plantado…