Después de la cena, Juanita limpió la mesa y acostó a Esteban antes de dirigirse al porche con una taza de café en la mano.
Como Leonardo regresaba a casa ese día, no quiso molestar más a Sofía para que viniera a ayudarle, así que tuvo que hacerlo todo ella sola.
Se sentó, cruzando las piernas, y contempló las estrellas con una sonrisa en el rostro. Siempre le había encantado verlas cada noche, pero después de que todo se vino abajo, perdió el amor por ellas.
Sentía que ni siquiera eran seres vivos; estaban allá arriba con la única tarea de ayudar a la luna a iluminarlo todo, mientras su vida estaba hecha pedazos.
Pero después de rehacer su vida, se sintió apenada y volvió a desarrollar su amor por ellas. Inspiró profundamente mientras las veía brillar y centellear sobre su cabeza.
Tomó un sorbo de café, y su teléfono emitió un pitido. Lo tomó y vio que había una emergencia en el hospital que requería su atención inmediata.
Se levantó de un salto y corrió hacia la casa. Entró en su ha