LA PERDIÓ

Lucas entró en la habitación del hospital de su tía María, con el corazón hecho pedazos. El pitido de las máquinas y el olor a desinfectante llenaban el aire, pero sus sentidos estaban entumecidos. Miró el cuerpo inconsciente de su tía, su figura frágil, un recordatorio brutal de su propia vulnerabilidad.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras recordaba las palabras de Janette: “Vete, Lucas.” La firmeza en su voz aún resonaba en su mente. Sentía que se ahogaba en un mar de arrepentimiento.

—Oh, tía María —susurró, con la voz quebrada—. He cometido tantos errores. La he perdido. He perdido a Janette.

Arrastró una silla y se sentó junto a la cama, tomando la mano inerte de su tía. El leve calor de su piel era un pequeño consuelo.

—¿Por qué lo hice, tía María? —preguntó en voz alta, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué la engañé? ¿Por qué le mentí?

Los recuerdos lo golpearon con fuerza: la risa de Janette, su sonrisa, sus lágrimas. Recordó cómo lo miraba, con amor y adoraci
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