Después de que el pastel estuvo listo, Juanita lo sirvió en los platos y sonrió. Escuchó a alguien corriendo hacia la cocina y se giró justo a tiempo para ver la puerta abrirse y a Esteban entrar corriendo. Los pequeños ojos de Esteban se agrandaron en cuanto vio a Juanita.
—¡Mami! —gritó, abriendo los brazos.
Juanita sonrió y lo levantó, plantándole besos en la cara.
—Mi dulce héroe —dijo, dándole otro beso en la mejilla—. ¿Ya te despertaste?
Esteban asintió.
—La abuela me leyó un cuento y me dormí. Luego olí el pastel y tuve que levantarme y correr hasta aquí —dijo, radiante.
Juanita soltó una risita.
—Tuve que hacerlo para ti, ya que es tu favorito.
—También es tu favorito, mami.
Juanita sonrió con picardía.
—Como madre, como hijo, entonces.
Esteban le devolvió la sonrisa. Juanita puso su mano en su frente; la fiebre había bajado. Suspiró aliviada.
—¿Ya estás bien, verdad? ¿Te duele algo?
Esteban negó con la cabeza.
—Desde que papá me trajo aquí, me siento mejor. Me enfermé porque