—Mil, te he estado buscando todo este tiempo...
La voz de Gavin, cargada de una mezcla de alivio y dolor acumulado, me paralizó en seco. Era el final de la huida, el momento en que todas mis defensas levantadas durante un año se derrumbaban. El bullicio de la sala de exposiciones se disolvió, dejando solo su rostro y la mano de Mateo aferrada a la mía.
—Gavin, por favor —susurré, sin aliento, tratando de soltarme de su mirada—. No es el momento.
—¿Cuándo será el momento, Camila? ¿Dentro de otro año, cuando creas que he dejado de buscarte?
En ese instante, vi cómo sus ojos se posaban en Mateo. El gesto de su hijo, la forma en que lo abrazó hace un momento, debió haberle picado más que mis evasivas.
—Teo me ha dicho que le dijiste que yo no los busqué —dijo, y no había ira en su voz, sino una profunda tristeza.
Me sentí como la peor persona del mundo. Era una mentira blanca necesaria para protegerlo de la verdad sobre su abuelo, pero la culpa me aplastaba. Justo cuando iba a intentar un