Salí de la habitación sin mirar atrás. Mis pasos resonaban por el pasillo blanco del hospital, firmes, cargados de rabia y determinación. No podía permitir que mis emociones me traicionaran en ese momento. No después de haberla enfrentado. Afuera, el aire fresco de la mañana me golpeó el rostro como un recordatorio de que todavía había vida más allá de aquel caos. Cerré los ojos unos segundos, intentando recuperar el control.

Mateo. Todo era por él.

Me dirigí directamente al ascensor, con el expediente de Cassandra apretado entre mis manos. No podía dejar pasar un solo día más sin denunciarla. Mientras las puertas se cerraban, mi reflejo en el espejo metálico me devolvió una imagen que apenas reconocí: una mujer cansada, pero más fuerte que nunca.

—Por fin —murmuré para mí misma—. Por fin, mamá, te estoy vengando.

Cuando llegué a la planta baja, el sonido de los tacones sobre el mármol del vestíbulo me devolvió a la realidad. En la recepción, una enfermera me saludó con una leve incli