Al día siguiente
—No has comido, ¿no tienes hambre? —me cuestiona la abuela de Kalet, observándome desde el otro lado de la pequeña mesa.
—N-no puedo comer nada, siento como si fuesen lijas —balbuceo, removiendo mi pan francés de un lado al otro.
—Debes de comer o te enfermarás —insiste, sujetando mi mano y apretándola con cariño.
—¿Nathan no ha hablado? —inquiero, mirando tanto a nieto como abuela.
—No —musitan al unísono.
—No te preocupes por él querida, tal vez en unos días se le pase y venga a pedirte perdón —sugiere no tan segura de sus propias palabras.
—L-lo dudo, los escuché ayer por la noche —niego sus palabras comenzando a llorar como no he dejado de hacerlo desde ayer por la tarde.
—Lo siento querida, nosotros hablamos sin pensar y…
—No, solo dijeron lo q-que posiblemente está pensando Nathan —limpiando mis lágrimas, tomo su mano y apretándola con fuerza, me aferro a mi última esperanza—. ¿Usted podría regresar y hablar con él, hacerle entrar en razón? —le suplico aun cuan