—¿Cómo se llamaba, Egor? ¡Lisa! ¿Egor Tumansky? —me gritó mi papá.
—¡Papá, no me grites! —se me saltaron las lágrimas, ya me sentía mal y encima él me gritaba.
—Solo espero que no sea ese Egor Tumansky en el que estoy pensando.
—¡Yegor, Tumansky! Papá, ya me siento mal y ahora me gritas.
—¿Cómo se te ocurrió conocer a ese advenedizo? —Parece que papá conoce a Yegor.
—¿Qué más da cómo?
—¿Quién te ha permitido cambiar de apellido? Si hubiera sabido antes que querías unir tu destino al suyo, no solo no te habría permitido tomar su apellido, ¡ni siquiera te habría dejado acercarte a él! —se indignó mi padre.
—Parece que no me escuchas, papá. Yegor t