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¡Dios mío! ¿Qué está pasando?«¡Sueltenme! ¡No me toquen! ¿Qué quieren?», grité.—¡Cassa! ¡Tápale los ojos y la boca! —ordenó el hombre al volante. El que me sujetaba acababa de atarme las manos a la espalda. Me taparon la boca con cinta adhesiva y me vendaron los ojos.Me invadió el terror. ¿Quiénes eran esas personas y qué querían de mí? ¡Dios mío! ¡Nunca había tenido tanto miedo!¿Para qué me necesitaban y qué iban a hacer conmigo?—¡No te muevas! —me espetó el grandullón que me había atado, y yo solo podía llorar.Viajamos durante unos veinte minutos, según mis cálculos. Luego, el coche se detuvo bruscamente y se abrió la puerta de mi lado. Me empujaron fuera del coche y me