Clara
Es tarde. El silencio se ha convertido en un hábito, una especie de manta incómoda que compartimos sin querer. Maxime está sentado en la sala, absorto en sus pensamientos. Lo miro desde el umbral de la puerta. No me ha mirado en toda la noche. O tal vez no quise ver.
Me acerco suavemente, descalza sobre el frío parquet. Me he puesto esa camisón azul noche que tanto le gustaba. Esa a la que llamaba su debilidad. Esta noche, me gustaría que recordara. Que recordara lo que éramos.
Me deslizo detrás de él, paso mis brazos alrededor de sus hombros. Él se estremece levemente, pero no se mueve. Siento su respiración, lenta, contenida.
« Maxime... » murmuro contra su cuello, « todavía estoy aquí. Estoy aquí para ti. » Deslizo una mano a lo largo de su torso. Mi gesto es tierno, titubeante. Casi una oración.
Maxime
Cierro los ojos. Me gustaría responder a ese calor, a esa mano suave que todavía busca mantenerme. Me gustaría volver a ser quien era, cuando Clara y yo éramos todo el uno par