Mi madre y yo salimos de la casona De Castilla, sintiéndonos como pavos reales, sobre todo yo, no podía evitar dar pequeños saltitos de felicidad, quería ir por la plaza presumiendo el anillo en mi dedo, quería que todas las mozas lo vieran y se murieran de envidia. Desde que Maximiliano, había llegado a la ciudad se había convertido en el soltero más codiciado, por supuesto, un soltero como él no iba a serlo durante mucho tiempo, todas las familias con hijas casaderas iban a hacerle propuestas, y yo, tenía la fortuna de que mis padres estuvieran interesados en él como mi marido y que, además, su amor me perteneciera como el mío a él.
Mi madre, estaba muy orgullosa de haberle ganado la partida a Doña Hipólita, a pesar de haber sido grandes amigas, ambas se conocían muy bien, yo supe por Laura, que ellas se conocían secretos muy íntimos que a ninguna de las dos, les convenía sacar a la luz, así que mi madre al parecer hasta el momento tenía la sartén por el mango, como ella solía decir