El rostro de Isabel al escuchar mi confesión me sorprendió, yo estaba preparado para ver horror en su rostro, sin embargo, sus ojos brillaron de una manera que me decía que podía confiar plenamente en ella y que mi secreto, estaría a salvo.
Me acerqué a ella y tomé sus manos, era la primera vez que su madre me permitía estar a solas con ella, sus manos temblaban, pero pude sentir que no era de miedo, era de emoción.
Una extraña fuerza me impulsó a posar mis labios en los suyos y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Isabel, cerró los ojos y abrió su boca dejándome pasar, fueron sólo unos segundos, pero ese beso fue para nosotros una entrega total de nuestro amor.
Me puse de rodillas ante su belleza y saqué de mi bolsillo un estuche con el anillo que el joyero había hecho para ella, una turmalina para protegerla, pero rodeada de diamantes para darle un verdadero valor económico ante la sociedad.
— Isabel, amor mío te has convertido en la luz de mis ojos, en el aire que respiro,