Mierda, mierda, mierda. Siento como me falta el aire dentro de la cajuela, la punzada en la cabeza aumentó de intensidad considerablemente y el pulso de mis manos me empieza a fallar.
Después del primer grito que escuchamos, ya no percibimos ningún sonido afuera, el coche sigue en movimiento.
-Gerardo, no... Gerardo –empiezo hablar inconscientemente y en voz baja.
-Caro, cielo, respira... Necesito que te calmes. Te está dando un ataque de pánico. Respira, por favor. Sé que no puedo ayudarte mucho, pero piensa que tal vez solo está herido y que aún podemos ayudarle. No es tarde aun –me dice Armando tratando de rearmarme.
Empiezo a hiperventilar y me resguardo en el cuello de Armando, quien se tensa en el momento que empieza a sentir mi respiración contra su piel. Pero tampoco se mueve por la inconformidad. Trato de contar de 50 a 1 para frenar el ataque de pánico, él tiene razón, aún podemos hacer algo por Gerardo, y yo soy quien tiene el arma.
Ese pensamiento me da la seguridad que n