-No solo lo conozco, es el dueño de mis peores pesadillas. Ese hijo de la chingada me hizo la vida imposible cuando ingresé a la vida militar, comprobé que todo lo malo que decían no nada más era real, sino peor.
Nos quedamos todos con los ojos bien abiertos, hay una nota de dolor y queja en ese relato. Al ver nuestras caras, y tras suspirar por tener que revelar todo, sigue con su relato.
-Cuando llegué a la Secretaría, él ya tenía fama de hacer sufrir a los cadetes, era una cuestión de resistencia porque solo les daban el nombramiento a menos del diez por ciento de la generación. Entonces llegué yo, que entonces era... bueno, en realidad no hay mucha diferencia con el ser que era entonces, solo era un poco más necio que ahora. Cualidad que me ayudó entonces, porque cada vez que me mandaba al paredón, mientras sufría, me aferraba a la idea de que él mismo me entregara mi nombramiento.
-¿Qué es el paredón? –pregunto de nuevo inocentemente.
-Era la zona de castigos, porque no hay otra