Lionetta se separó de Angelo con la respiración agitada y le regaló una sonrisa. Se incorporó apoyándose sobre su pecho y tomó una camiseta del borde de la cama —una de tantas que alguna vez fue de él, pero de la que ella se había adueñado—. Se la pasó por la cabeza y la arrojó sin mirar dónde caía, quedando cubierta únicamente por sus bragas.
Angelo soltó un gemido ronco al ver sus senos al descubierto. Sus manos, grandes y ansiosas, los cubrieron con una caricia posesiva y, al mismo tiempo, delicada. Comenzó a jugar con ellos, acariciando sus pezones con los pulgares.
—Eres demasiado perfecta. Podría mirarte por toda la eternidad y no cansarme —murmuró con la voz cargada de deseo.
Él se incorporó hasta quedar sentado y se llevó uno de los senos de Lionetta a la boca. Su lengua trazó un círculo lento alrededor del pezón antes de succionar con intensidad, arrancándole a Lionetta un gemido profundo y cargado de deseo.
—Angelo… —susurró ella, con la voz entrecortada por el deseo, mientr