-Iremos avanzando piso por piso mientras vamos controlando paulatinamente las llamas-, me anunció el jefe de bomberos. Adiviné que eso le resultaría fatal para las personas que estaban atrapadas en medio de las llamas. Morirían asfixiados por el humo irremediablemente, imaginé. Aprovechando, entonces, que mis compañeros estaban entretenidos recabando más informaciones del siniestro, me escabullí por un callejón oscuro, envuelto en humo, marchando de prisa, metiéndome entre las sombras. Era raro. Ya no tenía miedo, sino por el contrario estaba decidida a salvar a esas personas. No temía al peligro ni al fuego y por el contrario mis pasos se fueron haciendo rápidos, acelerando, dando trancos, escabulléndome de los policías, los curiosos, mis colegas y los bomberos.
Con prestancia y mucha agilidad pude trepar por una azotea y no tuve dificultad alguna para alcanzar los techos altos y meterme en medio del humo. Mi olfato, de repente, se hizo muy sensible y detectaba humanos en ese p