Trevor estaba muy enamorado de Rebeca. El caso de la bestia que asolaba la ciudad, lo había acercado mucho a la teniente. A él le gustaba el encono, la entereza, la pericia de la teniente y la forma cómo ella venía uniendo las piezas. Era verdad lo que decían Jennifer Lucescu y la doctora Evans, de que el asesino no era una fiera escapada del zoológico sino un licántropo o varios de ellos, que estaban inmersos en esos horripilantes crímenes. Los cazadores de hombres lobo no podían estar de turismo en la ciudad. Ya era demasiado coincidencia. A Harrison le persistía que había algo más que el afán de matar en esos cánidos. - Los licántropos se están defendiendo de los cazadores-, le dijo esa noche que se quedaron trabajando hasta tarde en la comandancia, tratando de atar cabos en los homicidios. Las tazas de café seguían humeando y casi ya no habían galletas. Entonces ella le pareció demasiado hermosa a Trevor, súper cautivante y seductora, con sus ojitos celestes encendidos como lu