Ese lunes que descansamos en el diario, Waldo y yo, fuimos en el auto de mi enamorado a Stone Valley. Ya imaginarán. Yo parecía una mascota feliz de que me llevan a pasear. Brincaba en el asiento, miraba por la ventanilla, me reía, hacía bromas tontas, me rascaba los pelos, volvía a reír y estaba sumamente nerviosa. Le pregunté cien veces a Waldo si ya íbamos a llegar y no dejaba de interpelarlo si es que los licántropos me tratarían bien, si estaría entre ellos Elías Garret, si conocería a los amigos de Waldo, en fin, ¡¡¡estaba demasiado intrigada por descubrir ese mundo de lobos!!!
-Si no te pones quieta pediré a los lobos que te conviertan en el menú del día-, me advirtió Waldo molesto por lo disforzada que estaba. No lo culpo. Yo seguía brincando en el asiento, riendo, hablando sin cesar, diciéndole que me sentía contenta de ser una hembra de lobo y que esperaba conocer a toda la jauría. Bueno yo no era al cien por ciento lobo, pero me sentía feliz de ser parte de ellos, aunq