Capítulo 39

La tercera vez fue el hombre lobo quien me buscó. Yo, adrede, había dejado una vez más abierta la puerta de la azotea de mi casa que conecta al segundo piso donde está mi dormitorio, atravesando un corto pasadizo. Ya lo había hecho algunos días antes, esperando a que aparezca el licántropo, corriendo el riesgo, por supuesto, de que aparezca un ladrón e intente robarme, pero más podían mis ansias y deseos de que el hombre lobo bajase hasta mi alcoba, me enamore y me desnude y así poder disfrutar nuevamente de su estampa tan imponente, viril, majestuosa y arrebatadora que me trastornaba por completo.

Todas esas noches soñaba con él, lo deseaba haciéndome el amor, conquistando mis rincones, lamiendo mis valles, quebradas, escarpados y apetitosos redondeces y percibía su pelaje en mis manos y eso me electrocutaba, en medio de un millar de descargas, cada una más potente que otra, calcinando mis entrañas.

Dormía con un baby doll transparente y lencería roja, incluso con zapatos
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