Dos días después encontraron a otro tipo destrozado. El cuerpo fue hallado dentro de una miserable covacha, destartalada, hecha de cartones, plásticos y palos en los suburbios y que servía de escondite a los hampones. Los vecinos dijeron a la policía que escucharon muchos gritos, sin embargo decidieron no intervenir porque aquel era un barrio peligroso, donde pululaba la gente de mal vivir, asaltantes, mujerzuelas y se vendían, además, estupefacientes. En esas calles se imponía, además, la ley del más fuerte.
Esa mañana, apenas llegué al diario, Hill me dijo de ese nuevo y despiadado asesinato. Él me esperaba alzado junto a mi cubículo. -¿La bestia ataca de nuevo?-, me sorprendí, abanicando mis ojitos. La ciudad había estado en calma todos esos días y nadie imaginaba un nuevo y atroz crimen. -Quiero un informe de inmediato para la web, haces un video también-, me dijo, eufórico, Hill. su vozarrón remeció todos los ventanales de la redacción.
Fui con Perkins en la unidad móv