Anónimo.

El departamento estaba oscuro cuando Valentina entró. Ni siquiera encendió la luz. Solo dejó caer el bolso en el piso y se apoyó en la puerta, con la respiración atrapada en un punto intermedio entre el agotamiento y el pánico.

El mensaje seguía ahí, en la pantalla, iluminando la habitación con un brillo azul que la hacía sentir expuesta:

“¿Fue él quien te hizo sonreír así hoy?”

Cuando se trataba de Alexander, no hacía falta absolutamente nada. Él siempre encontraba la forma de sonar cerca. Incluso cuando estaba lejos. Incluso cuando no tenía derecho.

Valentina bloqueó la pantalla como si esa simple acción pudiera bloquear el temblor en su pecho. Caminó hacia la cocina, abrió la heladera sin mirar y tomó una botella de agua. No tenía sed, pero necesitaba algo que la hiciera sentir cuerda.

Dio un sorbo, falló.

Las palabras seguían en su cabeza, latiendo como un pulso incómodo mientras los mensajes seguían llegando:

¿Fue él?

¿Fue él quien te hizo sonreír así?

¿Sonreír para quién, Valent
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